Desde que tuve uso de razón, siempre anduve con mucha precaución. Evitaba estar solo en habitaciones oscuras, no me gustaban los juegos de escondites, le tenía fobia a las máscaras y los disfraces, y me alejaba de todo aquello que no me causara gracia.
¿Cómo olvidar esa maldita cara? Si bien recuerdo, tenía entre 6 o 7 años. Era el cumpleaños de mi primo Luis Julián y sus padres prepararon una fiesta en la casa de la abuela. Desde la mañana de aquel sábado yo estaba emocionado, porque en esos tiempos ir a un cumpleaños era de las pocas salidas que yo disfrutaba. Comer bizcocho, tomar refresco, bailar y corretear con los muchachitos y, ¿qué decir del momento de la piñata? Cuando los dulces llovían desde adentro de esa caja de cartón decorada.
“A las tres en punto comenzamos”. Con una llamada telefónica, le recordó mi tía a mis papás, para que llegáramos más temprano y así ayudar a terminar la decoración del patio, e ir a comprar el hielo. Y como mami era repostera e hizo el bizcocho, teníamos que ser de los primeros en llegar.
Vestido con mi camisa de cuadritos, unos pantalones khakis y zapatos de charol, yo hacia mi entrada oficial en la galería de la casa. Algunos pasos atrás, venían mis tres hermanos y mis padres cargando lo que nos tocaba traer. Voy caminando y saludando a mis tíos y primos, siempre observando cada rincón de la casa, no por ser pendenciero, más bien por una curiosidad preventiva a posibles sustos repentinos.
Faltaban más o menos diez minutos para las tres de la tarde y como en todas las actividades, había gente que siempre llegaba antes de tiempo, por lo cual había que decirles que entraran, porque no somos una familia de dejar esperando a los invitados en la calle. La gente poco a poco iba llenando el patio y acomodándose en las sillas de la casa y de las que tomamos prestadas de doña Ibelka, la vecina de al lado, que siempre estaba dispuesta a ser parte de la fiesta, pero eso sí, había que ir a buscar las sillas y luego de la fiesta llevarlas y dejárselas organizadas en su terraza.
Con el patio repleto de invitados, mis tíos traen al cumpleañero, va vestido de pelotero. ¿Te imaginas que de grande Luis Julián sea doctor o abogado y no se dedique al béisbol? Pensó la madre, dentro de si misma. Todo el patio estaba decorada con adornos referentes al baseball, por capricho del papá del muchacho, que siempre soñó con tener un varoncito para que fuera pelotero.
La música sonando en el radio de la casa, la gente bailando, los pequeños tomando refresco en vasos, plásticos (con mucho hielo para que rinda) mientras los grandes toman sangría y “Cuba libre”, un trago que hasta el día de hoy no es una realidad, pero “¡Al carajo la revolución”, como decía mi tío el cojo, cuando solía hablar de esos temas.
Todos felices todos contentos y yo, observando a cada uno de los asistentes, ya que presentía que faltaba algo en la fiesta. De repente ahí estaba él con la sonrisa fingida, rompiendo el orden de la fiesta, corriendo de un lado a otro con sus dientes largos y blancos, moviéndose como loco y saltando como potro salvaje. Su ropa era extraña, su pelo, todo me causaba pánico y más pánico. Mi corazón estaba acelerado, sentía que mojaría los pantalones negros en su primera postura y echaría a perder mis zapaticos de charol al estilo militar. Yo estaba paralizado mirando sus pisadas, la boca y sus dientes. Era como un enviado del demonio; con la mirada alborotada y correteando los niños para alcanzarlos y sin nadie saber qué les haría cuando los tuviera en sus manos.
Los gritos de los otros niños sonaban más altos que la música de Johnny Ventura que había puesto mi tía Margot. Era algo extraño, nadie hacía nada por detener al extraño ser que nos asustaba a todos los pequeñines y que irónicamente hace unos minutos no paraban de saltar y reír. antes estuvimos divirtiéndonos; pude ver las lágrimas de los bebés en los brazos de sus madres.
Silenciosamente el extraño viene en dirección hacia mí, pensé correr, pero él era más veloz. Rápidamente sus manos blancas me agarraron por los hombros y en ese momento sentía que el alma se me iba del cuerpo. Yo respiraba como podía, mientras él me llevaba como un trofeo al centro de todos. Sacó un pañuelo rojo y con astucia y destreza me cubrió los ojos. En ese momento sentía que me moría lentamente y que a mis pocos años de vida, me pasaban en segundos por la cabeza. Aun no sé de dónde saqué valor, pero di una mordida en el brazo con tanta fuerza que me quitó el pañuelo de un tirón, le pegué una patada en la entrepierna y salí corriendo para que no pudiera volverme a agarrar.
No pude disfrutar del resto de la fiesta, no pude agarrar ni un carrito de policía o alguna pelota, pero estaba a salvo y descubrí lo valiente que era al enfrentarme a aquel extraño. Casi al terminar el cumpleaños se me acercó un señor con un bulto negro grande y un set de carritos de carreras en su mano y me dijo:
–Tenga campeón, que usted se ganó su juguete.
–Gracias- le respondí emocionado.
Desde ese momento supe lo que quería ser cuando fuera grande y comprobé que el extraño no era lo que yo pensaba. No era tan feo y malo como parecía. Cuando se me acercó a darme el juguete, noté que aún se le veían en el brazo la marca de mis dientes.
Ahora cuando estoy detrás del disfraz sé lo que se siente por fuera y en vez de provocar miedo, trato de llevar alegría y diversión a cada fiesta que me contratan para amenizar.
Biografía
José Ernesto Peña, es Autor, Life coach y Compositor Dominicano, radicado hace mas de diez años en Estados Unidos.
Su inquietud por contar y ser parte de historias comienza desde temprana edad cuando en la escuela se hacían obras de teatro y se presentaban en frente de todos los estudiantes.
Amante del arte en todo el sentido de la palabra; el autor es también fotografo, locutor, productor de radio y television para las dos principales cadenas de television hispanas en Nueva York y actualmente en Miami.
Con mas de 300 canciones escritas, José esta vez se aventura en el aprendizaje de la escritura de cuentos cortos, teniendo como norte a seguir a uno de los escritores mas destacados en America latina el profesor Juan Bosch.
Con este su primer cuento, el autor narra un hecho basado en la vida real, que nos pudo haber pasado a cualquiera durante la niñez.
IG: @esjoser
FB: Joser Peña