El día en que lo conocí fue una noche de verano. Lo llevó a casa papá. Con una voz ronca y pesada
se presentó como Damián, su mejor amigo. Le creí. Al principio, solo nos visitaba los domingos, pero cuando
papá empezó a trabajar fuera de la isla, la frecuencia de sus visitas incrementó; iba a casa casi todas las
noches.
La primera vez que lo vi en mi habitación, creo que estaba medio dormida. El sonido de la puerta entre
abriéndose me asustó. Miré hacia ella y descubrí su sombra bajo el faldón. Al sentir el peso de su mirada recé
y entre oraciones y lágrimas me quedé dormida. Al otro día me desperté desconcertada entre sábanas
mojadas de pipí.
Mientras desayunaba, se lo conté a mi madrastra y a mi nana, doña Luisa.
—Portate bien, duérmete temprano y nada pasará. El cuco solo se lleva a los que se portan mal —dijo
mi madrastra al levantarse de la mesa.
Desde ese día empecé a dormir tarde. No cerraba los ojos hasta que lo veía. ¿Qué quería? Y así
pasaron muchas noches. Al verlo, controlaba mi respiración. Inhalaba y exhalaba despacio, tratando de no
hacer mucho ruido y controlar mi corazón. El cuco, allí no duraba mucho, después de unos segundos seguía
caminando por el pasillo.
Un día lo vi en la puerta y empecé a inhalar y exhalar, inhalar y exhalar, inhalar y exhalar. Alternaba la
nariz y la boca como lo hacía todas las noches. Sin embargo, esa noche no fue como las otras, me llené de
valor, esperé a que se moviera y me levanté de la cama en puntillas. Lo seguí. Cuando salí de la habitación
ya no estaba en el pasillo. Lo empecé a buscar por toda la casa. Casi desistí pero escuché una voz que venía
del cuarto de mi madrastra.
—Tú te ha’ portado muy mal, eh — dijo.
—¿ Ah, sí?¿Y qué tú me va’ a hacer? ¿ Eh? —escuché a mi madrastra responder.
— Ven aquí que te voy a castigar.
Reconocí la voz. Era la voz ronca de Damián. Se me aceleró el corazón. Traté de abrir la puerta de la
habitación pero no abría. Desesperada agitaba el manubrio y tocaba la puerta. Cuando mi madrastra abrió
me preguntó qué pasaba. Yo no podía responder. No me salían palabras. Señalé la habitación y balbuceé:
el–cuuu-co
—¿ El cuco? Aquí no hay cuco. No hay na’, mira.
Y encendió la luz. Luego, me llevó a mi habitación y me dijo que me durmiera pero no pude dormir.
Y así pasó el tiempo. Me acostumbré a sus visitas. Noche tras noche Damián, el cuco, se paraba en
mi puerta, me miraba y se marchaba. No lo volvía a ver hasta el otro día, pero todo esto cambió el día de mi
cumpleaños. Esa noche llegó como siempre: puntual, como a las nueve y media. Cuando desapareció, me
acurruqué entre las sábanas e iba a cerrar los ojos cuando noté que una sombra penetraba la habitación. Se
acercaba despacio. Respiré profundo y endurecí el cuerpo, aún con miedo no le quité el ojo. Cuando la vi
cerca de la cama me cubrí la cara con la manta pero esta de un jalón me la quitó y me tapó la boca.
—Shhh, shhh. Es papá—susurró.
En silencio nos abrazamos. Me deseó feliz cumpleaños y me dijo que no hablara, que iba a sorprender a mi
madrastra.
—Vengo ahora —musitó.
Y se fue. Quise advertirle sobre el cuco pero no pude, salió tan rápido. Me senté en la oscuridad a esperarlo.
Unos segundos más tarde escuché unos gritos y un poo, poo. Salí de la habitación. Fui en búsqueda de mi
padre y mi madrastra, pero doña Luisa no me dejó. Desde ese día no he vuelto a ver al cuco, tampoco a mi
madrastra o a mi papá.
Carisa Musialik nació y se crió en Valverde, Mao, República Dominicana. A los quince años emigró a los E.E.U.U. Estudió letras en New York, Argentina y España. Luego, hizo una maestría en pedagogía en la ciudad de New York donde aún reside. Carisa es docente de secundaria y le encanta editar. Ha editado libros para niños, poemarios y prosa.
En su tiempo libre escribe cuentos y poesía donde explora el efecto de la nostalgia en la memoria y su impacto en el individuo. A dormir, a soñar es su primer libro de niños.