Abro los ojos, y aún sigo durmiendo. Algo me grita que corra, que no estamos a salvo, que nos persiguen, que me esconda, pero ¿Cómo me escondo en mi propia cabeza si yo misma soy el cazador y la presa? Me levanto en un sueño repetido que no parece tener fin, un sueño que me dice que descanse, que necesitamos ayuda, que todo está colapsando. El futuro me saluda desde el otro lado del puente y tengo miedo de cruzar el puente y caer. Érase una vez no le tenía miedo a dormir y el despertar era mi escape, ahora no sé la diferencia. Cada día siento que peleó una guerra que no empecé pero debo terminar. Peleo con un ejército que no tiene cuerpo. Mi cuerpo es el campo de batalla, y en el baño, todo explota.
Piensa en cosas felices. Deja de llorar, deja de llorar… pero las lágrimas salían con más velocidad, como un río después que quitan la roca que lo bloqueaba.
Cuando fui a terapia por primera vez, me dijeron que saldríamos de esta juntas, como si esta fuera su guerra para salir, como si este fuera su problema para resolver. Mi salud mental no es su problema, lo que es un problema es el caos adentro y afuera de mi cabeza. El caos social y económico que me rodea, el caos sentimental, el caos físico y el caos que existe fuera de las paredes de mi habitación de cristal. Diría que fue ironico que mi terapista me dejara de llamar, diría que es irónico que cuando seguí buscando ayuda me pusieran en una lista de espera, diría que es irónico que mi psiquiatra después de unas semanas se rindiera y me dejara de llamar, diria que es el colmo que después de 3 psicólogas y 3 psiquiatras, aún nadie se ha quedado a ayudarme.
Sé que mi pareja intenta ayudarme pero él no entiende que mi cabeza es un campo minado y cada vez que da un paso una nueva bomba explota, bipolaridad lo llamaron una vez, pero, ¿qué derecho tienen de decirme lo que tengo cuando no se quedaron? La terapia era lo único constante por un tiempo, hasta que dejó de serlo, volvió a serlo, y se repite el ciclo de abandono que ahora se ha convertido en un soldado más que me persigue en la guerra.
«Cuenta hasta diez», me han dicho cuando la respiración parece corta y la vida larga, cuando el corazón va rápido pero las voces van lentas, cuando mis manos comienzan a temblar, cuando la realidad me golpea en la cara queriendo que despierte, cuando la presión en mi pecho grita que nos estamos quedando cortos de tiempo.«Uno, dos, tres… Uno, dos, tres… debo llegar hasta diez», y comienzo a llorar.
Dicen que no mejoro porque “no quiero mejorar”. En ese momento dan deseos de decir tantas cosas, pero el silencio es lo único presente. Dicen que esto es “inventado” para “llamar la atención”, es que nadie le pone atención a alguien con depresión hasta que es tarde, hasta que nuestro cuerpo no quiere dar un paso más, hasta que terminamos en un hospital, hasta que los oídos se niegan a escuchar, hasta que la boca se niega a hablar, y hasta que la depresión, la cual vive y duerme conmigo, gana.
Lo bueno es que existen personas que sin saber que sufres, te ayudan. Saben que no estás bien y te ayudan en silencio porque ya dentro hay mucho ruido, ¿dónde se baja el volumen? Solo quiero un minuto a solas con el silencio y que me enseñe que hay después de la calma. Esas personas son tu granito de normalidad, lo que no sabías que necesitabas, y, a veces, me dan ganas de llorar porque no quiero que me ayuden, quiero decir que lo logré sola, pero también sé que, un buen líder debe saber cuando es hora de pedir ayuda. AYUDA.
Cuando empecé la medicación, la psiquiatra dijo que me iban ayudar a “estar mejor” pero dos meses tomándolas y me di cuenta que este era un nuevo enemigo. Mi cuerpo peleaba contra las pastillas que me harían “sentir mejor” y mi cuerpo perdía contra ellas y no podía levantarme de la cama. «Tú puedes hacerlo», solo quiero dormir un rato más, solo quiero mirar el amanecer sin preocuparme de que tengo que hacer algo, solo quiero que mi estrés deje de correr, que mi ansiedad deje de preocuparse sobre dónde va, y que mi depresión deje de llorar. Solo quiero “estar bien”. Quiero despertar.
Entre el medio de la guerra hay días donde sonrío. Me levanto sin quejarme por tener que sobrevivir otro día. Me voy al trabajo y todo va “bien”, todo parece tan normal pero la otra parte de mí sabe que no estamos solas y que el enemigo se esconde. Tengo miedo que me pregunten por qué lloro y que no sepa que estaba llorando.
«Despierta», algo me grita pero mis ojos están abiertos y camino con miles de extraños que no volveré a ver. «Aguanta, tú puedes». Yo puedo pero ¿por qué estoy llorando? ¿Son lágrimas de dolor o la muestra de mi supervivencia? «Grita» pero alguien me puede escuchar y decirme que me calle. «Sigue tus metas», aún no me atrevo a empezar a correr detrás de mis metas porque me saboteo todas las ideas pensando en una versión de mí demasiado débil para afrontar lo que cuesta cumplir un sueño.
Y ni sé quién soy, quién era, y quién debo ser. La depresión se volvió en todo lo que soy y todo pasa alrededor de ella. Mi ansiedad social no me deja disfrutar mi juventud. Las inseguridades cubren mi cuerpo. La falta de sueño nubla mi mente. La ansiedad me aprieta demasiado fuerte. Mi estrés no para de decirme que debo hacer, cuando ni siquiera sé dónde estoy. Mi depresión me acurruca en la cama. Tengo la casa llena, y solo quiero que se vayan pero están aquí por algo.
Algunos días despierto, hago mi cama, abro las ventanas, no lloro, me hago desayuno, me pongo a leer y las horas pasan tan rápido que no me doy cuenta hasta tarde que hoy fue un buen día; un día mejor. Hoy, sin terapias, y sin tener que encontrar un lugar cerca donde acepten mi seguro, me pregunto si lo necesito o si lo que necesito son unas vacaciones lejos de la ciudad, lejos del ruido, de las obligaciones, de los soldados que esperan a que la guerra empiece.
Me cubro la boca para ocultar los gritos y atragantarme con ellos cuando vuelven a mí. Si te ahogas en tus lágrimas, ¿quién te salva? No puedo dejar de preguntarme qué tan lejos está la costa. Me da miedo comenzar a remar pero el océano está lleno de fantasmas, y voces que escucho en mis sueños; el océano te hunde, tal vez por eso es tan profundo.
Vamos a llegar a la costa, soldado.
Kimberly Veras nació y se crió en la República Dominicana y se mudó a los EE. UU, durante su segundo año de secundaria. Se graduó con un título de asociado en inglés y, mientras estudiaba, fue miembro de dos clubes de escritura, lo que la llevó a tomar la decisión de cambiar de enfermería a inglés porque la escritura le daba lo que la enfermería le estaba quitando. Muchos de sus trabajos han sido publicados en antologías y ganó otros concursos de escritura mientras estaba en la universidad. Ahora, con 21 años, trabaja y sigue escribiendo. Uno de sus objetivos es seguir compartiendo sus escritos con el mundo y algún día publicar su libro.